viernes, 9 de junio de 2017



ASÍ EN LA TIERRA

COMO EN EL CIELO


(Reflexiones de Poeta)





P. Daniel Albarrán







Autor: Daniel Albarrán

Título: Así en la Tierra como en el Cielo
(Reflexiones de Poeta)

Depósito legal lf : 081 2000 200 2220
ISBN 9803321471

Editor: D. A.
Impresión: D. A.
Escrita en Roma en el año 1990
Primera edición en noviembre del 2.000

Segunda edición: 2005.

Edición y Reproducción:  El mismo autor.

Editado y reproducción por el mismo autor
Barcelona, Venezuela



DEDICATORIA:

  A todo aquel que está en actitud de
búsqueda y que vibra con la suavidad
del corazón. Es decir, a todos.


PRÓLOGO


          Desde hace algunos días cuando rezo el Padre nuestro tengo la idea de relacionar al cielo con el corazón y a la tierra con la cabeza. No sé precisar el por qué, pero el hecho de pensar en esa relación me hace saborear pequeñas satisfaccio­nes místicas, que tampoco sé si serán verdaderas o simplicidades de la imagina­ción. En ese sentido, me satisface pensar en el "todo y la nada" que propone San Juan de la Cruz: "Si quieres poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada; si quieres venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada...". O conocer ignorando (ignoto conoscere) para llegar a la "docta ignorantia"[1]
         En el caso de que sean verdaderas manifesta­ciones del espíritu no significa que yo sea un hombre cultivado en trances espirituales ni mucho menos una persona de estrecha intimidad con Dios. Por lo menos no en méritos propios al intentar cultivarlo conscientemente, como tampoco el olvidar que al fin y al cabo la "sensibilidad" del corazón es un don de Dios. De manera que se puede ser un hombre pecador, más con dones especiales a la hora de experi­mentar las bondades de Dios en el espíritu. Pues ya lo dice el mismo Apóstol San Pablo:

"Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte”?, (Romanos 7:18-24).

         Vamos a dar como base esa realidad: tener alma y fibras de poeta es un don. Así que, sabiéndome pecador como soy, y no se trata de humildad[2], ni mucho menos, tengo que reconocer que me descubro con alma sensible para las cosas del espíritu. Pues, pienso que quien es sensible a las bellezas, ya es un ser de fibras de poeta, ya que el poeta sin hacer demasiado trabajo intelectivo, ni menos intuitivo, vibra de manera especial ante los simples acontecimientos de la vida diaria. Y eso mismo que lo hace vibrar lo hace sufrir, porque se le convierte en su propia pasión de la vida. Y "pasión" significa "padecer", "sufrir". Pero es un sufrimiento que da satisfacciones. Es como si se tratara de una estrecha e inseparable relación y trabazón de un "vivir muriendo" y de un "morir viviendo" Al respecto se puede ver lo que dice Hermann HESS en su pequeño libro El Balneario de Badén, sobre la desdicha de ser poeta: que en aún en lo más mínimo se encuentra la inspiración y se sufre porque cada cosa se le impone y lo marca al personifi­carse. Se puede ver también el libro de Leonardo Boff, Los Sacramentos de la vida, en donde el autor dice que el más mínimo detalle de la vida es un sacramento porque tienen un valor y un significado para cada uno de nosotros. Se me ocurre pensar que un mismo sentimiento interior de búsqueda mueven al poeta y al místico. Tal vez para ser místico se necesita alma de poeta. En este sentido el Padre Elmar Salmann, osb., profesor de la Cátedra "Mística e Iluminismo" de la Pontifi­cia Universidad Gregoriana, decía el 24 de octubre de 1990, al inicio de su curso que "mucha gente piensa que Mística e Iluminismo son dos términos antagónicos". Por el contrario, tienen muchos elementos comunes como: la crisis de la tradición, es decir, van contra las mismas costumbres diarias; la crítica objetiva de lo sensorial; la emancipación del sujeto; ascetismo fenomenológico; el descubrimiento de la posibilidad de la conciencia; el descubri­miento de una libertad invertida e indiferente; el descubrimiento del absoluto transensorial; el absoluto se da en una historia larga, aventurera del sujeto; el absoluto está unido a la perso­na. Por otra parte, nos consuela Jacques Maritan cuando habla del arte y la poesía y dice que se trata de una intuición que lleva a plasmar lo que se siente. Y se trata de una emoción intuitiva que no volverá jamás[3]. Lo que significa que hay que seguir esa intuición, por fuerza.
         Ni yo mismo me entiendo, pero siento la necesidad de decirlo, porque al decirlo me intuyo y me satisfago, porque vivo al decirlo y muero a la vez. Es como si diciéndolo, me realizara. Y realizándo­me, sintiera que se desgarra algo allá dentro. Y es como sentir una doble fuerza: una que me hace vivir de la misma emoción y otra, quizás la misma emoción, que me hace morir, porque como que sintiera que al expresarlo se me escapara lo que quisiera que saliera pero que no quisiera que se me escapara. Y entonces, vivo. Porque al vibrar, vivo. Y muero, porque al querer expresarlo, en cierta forma, mato lo mismo que siento y me hace vibrar. Podría decirse que es como un movimiento dialéctico: de menos a más, que lleva a considerar lo conseguido como algo ya superado desde el mismo momento de sentirlo.
         Porque descubro que se trata de un "vivir y morir" al mismo tiempo. Pero que no me hace daño, ni me perjudica, sino que me enriquece. Y aquí es donde está la cruel enfermedad de ser poeta: que su propia naturaleza interior lo lleva a "padecer", a "morir" y a "vivir" al mismo tiempo. Porque "muriendo" "vive" y "viviendo", "muere". Pero, no se puede eludir la realidad de tener un alma sensible. Se tiene que seguir las propias intuiciones. Y esto es lo que yo quiero intentar. No tanto porque yo mismo pretenda ser poeta, sino porque no puedo dejar de sentir ni mucho menos resistir a la fuerza y a la atracción que me llevan a las llamas que me calientan y que me consumirán igualmente sin compasión, como a la mariposa que por el calor del fuego se acerca a él para vivir sin saber al mismo tiempo que ese mismo calor la aniquila­rá. Porque lo que menos piensa es que va a morir, sino que vive por la energía del calor que la atrae. Pero, no repara, sino que vuela agitada acercándose a la fuerza que la atrae...
         Que quede claro: no se trata por mi virtud, ni méritos. Sino de una realidad que se lleva dentro y a la que quiero dar riendas sueltas. Tampoco es que me ufane de ello, pues por el contrario, bien sé que me exige correspondencia y consonancia existencial con las bondades que descubro, y, amo, más bien, mis segurida­des vitales. Así queda claro, que no sólo debo tener fe, sino cor­responder a ella, para evitar la contradicción del protestan­tismo, en especial la teología de Lutero.
         Dejado por supuesta esta realidad pasemos inmediatamen­te a lo que quiero dedicarme.
         A la hora de clasificar mi intento de reflexión de poeta se podría ubicar como un aporte de Teología Fundamental, pues es un intento de descubrir la íntima relación de fe y razón, desde una reflexión de poeta, precisamente.
         Es importante anotar que esta reflexión es tratada, con su respectiva profundidad teológica, al hablar del corazón, por Ratzinger en "El misterio pascual, raíz y objeto más hondo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús", en Tolouse, con motivo del XXV aniversario de la encíclica Haurietis aqua, del 24 al 28 de julio de 1984.


         Lo primero que tenemos que decir es que el "así en la tierra como en el cielo" está incluido en la oración del Padrenues­tro, oración que el evangelista refiere como oración de Jesús de Nazareth. No es mi tarea ni mi propósito un estudio exegético-histórico del texto. Aunque por caminos diversos, de poeta, se podría decir que se está haciendo antropología teológica y teología del corazón. No estoy inventado nada, al respecto. Véase, por ejemplo el estudio que hace Ratzinger al tratar de Antropología del corazón en su intervención en el Congreso de Tolouse, sobre el Corazón de Jesús.
         En la oración del Padre nuestro la palabra "cielo" aparece dos veces y "tierra" una. Según el evangelista Mateo, aunque también la oración del Padre nuestro la refiere el evangelista Lucas, pero no hace referencia ni a "los cielos" ni a "la tierra", que es parte de nuestro interés. Por eso preferimos la versión de Mateo. Dice en el evangelio de Mateo:
        
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nues­tras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nues­tros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal", (Mateo 6:9-13).

         En mi imaginación esta misma oración resuena así: "Padre nuestro que estás en los "corazones"; santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad así en "la cabeza" como en "el corazón".

INQUIETUDES  INICIALES:

         La primera vez que aparece "cielo" es refiriéndose al Padre, es decir, a Dios, como su lugar o trono: "Padrenuestro, que estás en los cielos". Y la segunda es para pedir que "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo".
         Surge automáticamente la pregunta: ¿Qué se entiende por "cielo”? ¿Es el mismo cielo del "Padrenuestro que estás" del "hágase... como en el cielo”? Porque se supone inmediatamente que si el Padre nuestro está en el cielo y éste es su lugar o trono, allí se hace precisamente su voluntad, porque no hay otro que mande junto con él, o sobre él o que comparta su mando o autoridad.
         ¿Qué significa "hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”? ¿O es que hay otro cielo del cielo donde habita el Padre nuestro? ¿Ese "cielo" del "hágase tu voluntad" es sólo el cielo de los humanos, diferente del "cielo" del "Padre nuestro que estás”? ¿Y en qué se diferencian si es que se diferencian? ¿El "hágase tu voluntad" está referido al cielo donde habita el Padre nuestro, porque es lógico que allí se hace su voluntad, o sólo al cielo de la tierra? Porque pareciera que se hiciera la diferencia del cielo donde está el Padre del cielo donde estamos nosotros, pues dice: "venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo". ¿De cuál tierra y cielo? ¿Del de "nosotros”? Porque se puede pensar que sería absurdo que en el suyo no se hace su voluntad.
         Ahora bien, si el suyo es más poderoso, porque es el objetivo, ¿Por qué no reina definitivamente sobre el nuestro que es relativo y por consiguiente de menos poder y fuerza?
         Y lo primero que se me ocurre como primera respuesta es que el "cielo" del "Padre nuestro que estás" es el cielo objetivo. Y el de nosotros es el relativo. De donde se puede deducir, muy pronto y sin fundamentos aún, es que al pedir que se haga su voluntad estamos pidiendo que el objetivo se posesione del relativo: venga a nosotros tu Reino. Hablo del "relativo" no tanto en el sentido de que sea indiferente o de ninguna importancia, sino como de una "prolonga­ción" o de un reflejo del Otro cielo, el "verdaderamente absoluto".
         Estas primeras inquietudes parecen vanales. No lo discuto. Sin embargo, en la oración del Padrenuestro se hace la diferencia. Y sobre esta diferencia se trata en este libro. Invito a que sigan con mucha atención lo que se va a descubrir.
         Insisto, antes de comenzar, en que las citas se buscaron comenzando desde el Génesis. Y se siguieron en los libros siguientes, tal como aparecen en el orden de los libros de la Biblia. La sorpresa que quiero comunicar está en que hay un orden sorprendente en la continuidad de la idea según la misma aparición de las citas. Y aquí sufro al pensar que no se capte la sorpresa del descubrimiento pues existe un orden en las ideas, cita tras cita. Es decir, la cita posterior da un paso en la idea de la anterior. Y las citas son sobre “cielos-tierra” y “cielo-tierra”, no otras. Aquí está la sorpresa que quiero comunicar. Pero sorpresa de poeta. Atención a esa insistencia, por favor.

         Lo primero que entresacamos de una primera ojeada es que  en plural, "cielos", aparece 324, de los cuales 239 en el Antiguo y 85 del Nuevo. Aún cuando este dato no es muy importante, como tal, no podemos obviarlo ya que tendremos que acudir a sus referencias y partir desde allí. No tanto en cuanto a la cantidad sino a la referencia como cita obligada y buscar lo que se quiere decir en el texto.

ACLARATORIA INICIAL Y FUNDAMENTAL:

         En mi búsqueda y hallazgo, al mismo tiempo, para sorpresa y admiración, es importante aclarar que los textos con sus respectivas citas, están escalonadas, en el orden que las voy dando. Tal cual aparecen en la Biblia, desde el Génesis. Hago esta aclaratoria porque se podría pensar que estoy forzando las citas a mi antojo. No. La sorpresa está, precisamente, en que ellas
ismas siguen un orden sorprendente para admirarnos más todavía. De manera que se puede pensar, con  sorpresa de poeta, es que, simplemente, las doy en el orden aparecido.  Y con ello, aumenta la sorpresa y el descubrimiento. Sorpresa de sorpresa en la sorpresa de la maravilla de ser poeta.  Y en esto insistiré a cada instante para recordarlo. Y perdónenme la insistencia cuando la haga, y que será muy a menudo, por cierto. Pero es la clave de este trabajo.

1) ANTIGUO TESTAMENTO

EN LAS SIETE PRIMERAS APARICIONES EN EL LIBRO DEL GÉNESIS:

          La primera referencia al cielo es en el libro del Génesis y aparece en plural "cielos", donde dice: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra", (Génesis 1:1). Y aparece en relación con la tierra. Así las siete primera veces está referido a los cielos y a la tierra, con la constante insistencia de que fueron realidades creadas por Dios:

"En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gén. 1,1). "Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos"(2,4). "Y llamó Dios al firmamento "cielos". Y atardeció y amaneció: día se­gun­do" (1,8). "Y dijo Dios: "Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas te­rrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra"(1,26). "Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: "Sed fecundos y "multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra." (1,28). "Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sier­pe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hier­ba verde les doy de alimen­to. Y así fue"(1,30).  "Concluyéronse, pues, los cielos y la tierra y todo su aparato"(2,1).       "Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cie­los"(2,4).

         Es necesario resaltar que las veces que cuando cielo aparece en plural está siempre relacionado con la tierra, mientras que tierra siempre aparece en singular. Nunca dice "cielos y tierras", sino "cielos y tierra". ¿Por qué esta distinción e insistencia? ¿Es que no hay tantas tierras como cielos?
         Pero no queramos deducir nada todavía porque es muy temprano, sino que más bien dejemos que las insinuaciones interio­res nos lleven a poner cuantos obstáculos sean posibles para que ellas mismas nos lleven a indagar los mistéricos caminos de las corazona­das, que dejándose llevar por las intuiciones comprenden y no comprenden, pero saborean igualmente los manjares de ser poeta.
         Otra inquietud, en actitud curiosa, es que en las primeras siete veces que aparece en el libro del Génesis, la referencia que nos ocupa, insiste en que se trata de la obra de Dios. ¿Por qué? Curiosidad, nada más. Es importante aclarar que no estamos forzando las referencias. Solamente las estamos dando en el orden que aparecen en orden de la posición numérica del texto sagrado. Una después de la que  le sigue. Encadenadas según el mismo texto. Y esto nos llama la atención porque pareciera que las citas dadas en ese orden del mismo texto estuvieran a nuestro favor en las inquietudes iniciales. ¿Curioso, verdad?. Sobre todo, porque el número siete es emblemático en la mentalidad judía y en las Sagradas Escrituras.


LA CITA NÚMERO OCHO, SEGÚN NUESTRO HALLAZGO: LA TORRE DE BABEL: LA SEPARACIÓN.

         Así la cita del Génesis que continúa hablando de los cielos en plural, y en relación con la tierra resalta la intención del hombre de crear la división. Vamos a precisar los dos sujetos interlocutores: Dios y el hombre. Dios como el Creador y el hombre como criatura. En ese sentido, no quiero insistir que sea Adam o Moisés o Jacob. Me es indiferente. Simplemente el hombre, como la misma realidad creada que se relaciona en lo profundo de su ser con el Creador. Dice:

"Después dijeron: "Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cús­pide en los cie­los, y hagá­monos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra. "" (Génesis 11:4).

         Lo curioso es que en las primeras siete referencias del Génesis se habla de la creación de parte de Dios de los cielos y la tierra. De manera que la misma cita número siete dice que: "Esos fueron los orígenes de los cielos y la tierra, cuando fueron creados. El día en que hizo Yahveh Dios la tierra y los cielos". (Génesis 2:4).
         Como si ella insistiera que ya la obra estaba totalmen­te terminada.
         Mientras que en la cita que continúa inmediatamente, que es la número ocho, hace referencia al inicio de las diferen­cias al hombre hacer "una ciudad con la cúspide en los cielos" y pone de una vez la intención que los motiva: "y hagámonos famosos". Y cuenta el mismo libro en el mismo relato la interven­ción de Dios:

"Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edi­fica­do los huma­nos, y dijo Yah­veh: "He aquí que todos son un solo pue­blo con un mismo len­gua­je, y este es el co­mien­zo de su obra. Ahora nada de cuan­to se pro­pon­gan les será impo­si­ble. Ea, pues, baje­mos, y una vez allí con­fun­da­mos su len­gua­je, de modo que no en­tien­da cada cual el de su pró­jimo." (Gé­nesis 11:5-7).

         Llama la atención de la misma cita anterior donde dice: "Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible". Como si desde ese momento el mismo autor de los "cielos y la tierra" dejara su acción creadora y dejara que el hombre continuara la suya. Y como que se encontrara relación entre el "Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible" y el "hagámonos famosos" del Génesis 11, 4. Tal vez, esto último será lo que más le va a preocupar al hombre.
         Pero, con todo y eso, se descubre que el hombre no está retando al creador de los cielos y la tierra, sino que está reconociendo su poder y pretende su protección, pues en el mismo texto se dice que: construyamos "una ciudad con la cúspide en los cielos". Y al decir así como que se entendiera que bajo los cielos y no en rivalidad al cielo.
         Esto descubrimos en la primera ojeada sin pretender concluir todavía nada. Lo que nos lleva a seguir mirando los siguientes textos en donde aparecen "los cielos" y "la tierra". Y así se descubre igualmente que en los textos, del mismo Génesis, que continúan es para reconocer y agradecer al Creador su obra. Así se puede ver en los textos inmediatos, con referen­cia a los "cielos" y "la tierra":

… y le bendijo diciendo: "¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, "(14,19). "Pero Abram dijo al rey de Sodoma: "Alzo mi mano ante el Dios Altísimo, creador de cielos y tierra"(14,22). "Que voy a juramentarte por Yahveh, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos con los que vivo"(24,3). "Yahveh, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que me tomó de mi casa paterna y de mi patria"(24,7).

         Surge, inmediatamente, una otra pregunta a las muchas que se han presentado: ¿Cuando el hombre reconoce la obra de Dios lo relaciona con los "cielos" y "la tierra" y cuando se opone a ese reconocimiento se opone al cielo y reafirma la tierra, como en el caso de la Torre de Babel? Otro detalle que llama la atención en los textos inmediatamente anteriores es que en los dos últimos se dice "Dios de los cielos y Dios de la tierra" (Génesis 24:3; 24:7), ¿Significa, entonces, que son dos reinos diferentes: el del cielo y el de la tierra? De ser así, ¿en cuál manda Dios y en cuál el hombre, o es esta la clave del problema entre cielos y tierra en el que el hombre hace su propia historia distinta a la de Dios?
         Me pareciera que ya habíamos adelantado la posible respuesta en aquella parte de:

"Bajó Yahveh a ver la ciudad y la torre que habían edifica­do los huma­nos, y dijo Yah­veh: "He aquí que todos son un solo pue­blo con un mismo len­gua­je, y este es el co­mien­zo de su obra. Ahora nada de cuan­to se pro­pon­gan les será impo­si­ble. Ea, pues, baje­mos, y una vez allí con­fun­da­mos su len­gua­je, de modo que no en­tien­da cada cual el de su pró­jimo." (Gé­nesis 11:5-7).

         Y en la que anteriormente se afianza la intención del hombre: "Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cús­pide en los cie­los, y hagá­monos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra" (Génesis 11:4).
         En donde el "hagámonos famosos" pudiera ser la clave de la distinción y la separación.
         Quedémonos con el supuesto que sea cierto todo lo que vengo pensando, ya que no es mi tarea demostrar nada ni mucho menos defender lo demostrado sino de seguir las intuiciones de poeta. En el caso de que sea cierto lo de la separación, según lo que vengo siguiendo, y en el caso de que sea igualmente lógico, resulta sorprendente, según mis propias ojeadas, ojalá no sean caprichosas, el hecho de que la cita que continúa inmediatamente a la última que he dado, la del Génesis 24:7, aunque tiene más relación con el orden que yo voy siguiendo, que sería la del Génesis 11:4; 5-7, es que la cita que sigue es la del sueño de Jacob, precisamente el personaje con el que se renueva y se constituye el nuevo pueblo, el pueblo de Israel en donde se realiza todo el plan preparatorio de la comunicación de Dios con la humanidad. Dice el texto: "Y tuvo un sueño; soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella"(28,12).

LA CITA QUE CONTINÚA: EL SUEÑO DE JACOB: EL INTENTO DE LA UNIDAD.

         De donde se me ocurre pensar que la "escalera" del sueño representa el puente mismo de la comunicación entre Dios y los hombres, pues dice que: "soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella".
         Porque si nos detenemos en el hilo conductor de lo que vengo pensando, ya que no es mi intención demostrar absolutamente nada, se repite la misma idea de "la cúspide en el cielo" del momento de la separación del relato del Génesis 11:4. Allá para iniciar el momento de la separación. Aquí para comunicar. Pues dice en el primer caso: "Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cús­pide en los cie­los" y en el segundo: "soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos". Generando en ambos casos dos acciones: separando en el primero y uniendo en el segundo, como se puede ver en los mismos relatos: "por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra", como de hecho sucedió pues dice inmediatamente: "Ea, pues, baje­mos, y una vez allí con­fun­da­mos su len­gua­je, de modo que no en­tien­da cada cual el de su pró­jimo. " (Gé­nesis 11:5-7:). Y uniendo en el segundo, como dice el texto del sueño: "y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella.", (Génesis 28:12).
         De lo que se puede decir, sin hacer de ello una verdad de fe, ni mucho menos, sino una reflexión de poeta que la ciudad del primer caso es la separación y la escalera del sueño es la unión.
         Ahora bien, en ambos casos se puede deducir que Dios no abandona al hombre, pues si en el primero se dice "bajo la cúspide del cielo" se puede entender que bajo la mirada de Dios, implícita­mente, ya que en el segundo la guía de Dios es explíci­ta, pues se puede leer en continuación del mismo apartado del sueño lo siguiente:

Y vio que Yahveh estaba sobre ella, y que le dijo: "Yo soy Yahveh, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en que estás acostado te la doy para ti y tu descenden­cia. "Mira que yo estoy contigo; te guardaré por doquiera que vayas y te devolveré a este solar. No, no te abandona­ré hasta haber cumplido lo que te he dicho" (Génesis 28:13; 15).

         Pero en ambos casos las consecuencias vienen de parte de Dios. Allá provoca la confusión de lenguas. Aquí promete la compañía. Y se inicia otra vez el deseo de estar en contacto con Dios pues dice el relato que Jacob erigió la piedra que tenía de cabecera como signo.
         Y con ese relato es la última referencia del libro de Génesis en donde aparece las palabras "los cielos" y "la tierra" juntos.
         De lo que podemos decir con la primera cita del Génesis 1, 1: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra", como el punto mismo de partida, para después quedarnos con el punto central del problema del: "Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cús­pide en los cie­los, y hagá­monos famosos, por si nos desperdi­gamos por toda la haz de la tierra. " (Génesis 11:4); y, concluir nuestra primera reflexión con: "soñó con una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella", (Génesis 28:12). De manera que las ideas serían: 1) Dios que crea "los cielos y la tierra"; 2) el hombre que crea "la ciudad" para hacerse famoso, y, se empieza la disgregación por la tierra; y, 3) la "escalera" del sueño por el que Dios se manifiesta que busca unir a Dios y al hombre: "Levantóse Jacob de madrugada, y tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Jacob hizo un voto, dicien­do: "Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y me da pan que comer y ropa con que ves­tirme, y vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces Yahveh será mi Dios; y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios; y de todo lo que me dieres, te pagaré el diezmo" (Génesis 28:18, 20-22).
            Pero con la sutileza de un sueño. Y en esa sutileza, tal vez, va a estar la relación, en la que el símbolo es la piedra erigida como estela y ungida con aceite por parte de Jacob.

EN LOS LIBROS QUE CONTINUAN:

          Todo lo que hemos indagado anteriormente lo encontramos en el libro del Génesis. Y habíamos concluido que "la escalera", con la sutileza del sueño, tal vez, siendo a su vez la clave misma, era la representación de la nueva relación entre Dios y el hombre. Y habíamos descubierto, según nuestros propios hallazgos, que era la última referencia del Génesis en donde aparecían juntos las palabras "los cielos" y "la tierra". En plural el primero y en singular lo segundo, como en plural aparece en la primera parte del Padrenuestro ("que estás en los cielos") y en singular en la segunda vez del mismo texto evangélico ("así en la tier­ra como en el cielo"), tanto la tierra que se dice sólo una vez, como el cielo en relación con tierra.
         Ahora bien, si nos detenemos con atención, veremos que nuestro análisis resulta escalonado y ordenado, pues se cierra con el relato del sueño de la escalera del Génesis. De donde habíamos dicho que tal vez esta escalera, con la delicadeza de un sueño, que es y no a la vez, real porque existe como sueño pero que no es ya que no se palpa materialmente, era la clave del nuevo contacto divino-humano, que se había hecho dificultoso desde la torre de Babel. Pero que se reanudaba.
         Suponiendo que lo que venimos descubriendo sea lógico nos sorprende que el siguiente texto, que es del Éxodo, en donde aparecen "los cielos" y "la tierra" juntos se dé una continuación inmediata con lo que venimos anotando. Pues, como hemos dicho, el contacto se inicia otra vez, según el último apartado del Génesis, con el sueño de Jacob, en donde Dios le ofrece su compañía y Jacob su fidelidad. Dando por supuesto que este contacto ya es real y un hecho entre el hombre y Dios, éste pone inmediatamente las reglas de esa relación que se restablece. Pues dice el texto que continúa: "No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra" (Éxodo 20:4).
         Nos llama la atención ese hecho de los dos primeros libros de las Sagradas Escrituras. En la última referencia del Génesis donde aparecen "los cielos" y "la tier­ra" se restablece la relación. Y en la primera del libro que continúa aparece inmediata­mente las condiciones por parte de Dios, como hemos señalado inmediatamente anterior.
         Así nos sorprende, con sorpresa de poeta, no con lógica ni de exegeta ni de crítico, el hecho de que el texto que continúa a la próxima aparición de "los cielos" y la "tierra" sea así mismo para referirnos el hecho de la tabla de la ley o el decálogo, como si los textos se nos prestaran a servirnos de ayuda en nuestro escalonamiento y hasta parecieran, más bien, como caprichosos. Así leemos: 

"Habló Yahveh a Moisés diciendo: "Habla tú a los israelitas y diles: No dejéis de guardar mis sábados; porque el sábado es una señal entre yo y vosotros, de generación en generación, para que sepáis que yo, Yahveh, soy el que os san­tifico. Guardad el sábado, porque es sagrado para vosotros. El que lo profane morirá. Todo el que haga algún trabajo en él será exterminado de en medio de su pueblo. Seis días se trabajará; pero el día séptimo será día de descanso completo, consagrado a Yahveh. Todo aquel que trabaje en sábado, morirá. Los is­raelitas guardarán el sábado celebrándolo de genera­ción en generación como alianza perpetua. Será entre yo y los israelitas una señal perpetua; pues en seis días hizo Yahveh los cielos y la ti­erra, y el día séptimo descansó y tomó respiro. Después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, le dio las dos tablas del Testimo­nio, tablas de piedra, escri­tas por el dedo de Dios" (Éxodo 31:12-18).

         Habíamos dicho desde el comienzo, al intentar justifi­car mis reflexiones de poeta, que la santidad se trata de un don de Dios. Ahora al dar Dios los preceptos le recuerda al hombre: "para que sepáis que yo, Yahveh, soy el que os santifico".
         En ese mismo sentido todos los textos que continúan, y que son del libro del Deuteronomio es para insistir en la misma idea de los preceptos por parte de Dios, y en la conveniencia por parte del hombre en cumplirlos, pues atenderlos es para su propio beneficio, como se puede ver a continuación:

"Yahveh, Señor mío, tú has comenzado a manifestar a tu siervo tu grandeza y tu mano fuerte; pues ¿qué Dios hay, en los cielos ni en la tierra, que pueda hacer obras y proezas como las tuyas”? (Deuteronomio 3:24). "No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra" (Deuteronomio 5:8). "Mira: De Yahveh tu Dios son los cielos y los ci­elos de los cielos, la tierra y cuanto hay en ella"(Deuteronomio 10:14). "Pues la ira de Yahveh se encendería contra vosotros y cerraría los cielos, no habría más lluvia, el suelo no daría su fruto y vosotros pereceríais bien pronto en esa tierra buena que Yahveh os da"(Deuteronomio 11:17). "Por eso, cuando Yahveh tu Dios te haya asentado al abrigo de todos tus enemigos de alrededor, en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas, borrarás el recuerdo de Amalec de debajo de los cielos. ¡No lo olvides!" (Deuteronomio 25:19). "Desde la morada de tu santidad, desde lo alto de los cielos, contempla y bendice a tu pueblo Israel, así como al suelo que nos has dado como habías jurado a nuestros padres, tierra que mana leche y miel" (Deuteronomio 26:15). "Yahveh abrirá para ti los cielos, su rico tesoro, para dar a su tiempo la lluvia necesaria a tu tierra y para bendecir todas tus obras. Prestarás a naciones numero­sas, y tú no tendrás que tomar pres­tado" (Deuteronomio 28:12). "Los cielos de encima de tu cabeza serán de bronce, y la tierra de debajo de ti será de hierro". (Deuteronomio 28:23). "Prestad oído, cielos, que hablo yo, escuche la tierra las palabras de mi boca" (Deuteronomio 32:1). "Para José dijo: Su tierra es bendita de Yahveh; para él lo mejor de los ciel­os: el rocío, y del abismo que reposa abajo" (Deutero­nomio 33:13).

APLICACIÓN DE POETA: LA RELACIÓN DEL “CIELO” CON EL CORAZÓN Y DE LA “TIERRA” CON LA CABEZA:


         Y, ya, desde este momento se encuentran en los textos que siguen un sentimiento de culpa por parte del hombre, por no haber sido fiel a los mandatos de Dios, quien por su parte, si se ha mantenido fiel a la promesa hecha. Y este sentimiento de culpa, descubierto en mi búsqueda, viene a hacer más rica mi reflexión de poeta pues como que se prestara a mi inquietud, o mejor dicho, a mis intuicio­nes e insinuaciones, y por consi­guiente no verdades absolutas, sobre la identificación de los cielos o "el cielo" con el corazón y "la tierra" con la cabeza.
         De manera que cuando el hombre, que es cielo y tierra, es decir, corazón y cabeza, comienza a hacer la distinción entre los dos y, sobre todo, quiere hacer prevalecer la cabeza sobre el corazón (la tierra sobre el cielo), invirtiendo el orden, en ese preciso momento comienza a sentir la necesidad de hacer callar las voces del mismo cielo que lleva dentro, y que es tan sutil y delicado como el sueño de Jacob, que con un simple parpadear se esfuma.
         Tal vez, sea parte de ese mismo sueño las promesas de ser consecuente con las insinuaciones de bondad y que podrían ser las mismas propuestas, imperativos divinos, de la ley de Dios. Pero son tan sutiles que con el trajinar de la historia se olvidan o parecieran olvidarse, y esa misma "escalera" por donde suben y bajan los ángeles del sueño de Jacob se ignora, quizás, porque se busca vivir de realidades y no precisamente de sueños. Y es entonces, cua­ndo ante las insinuaciones frágiles el hombre quiere imponerse realidades. En otras palabras, según lo que venimos diciendo en nuestro intento poético, se crea la división de los dos reinos: el del corazón (cielo) y el de la tierra (cabeza).
         Pero como no se pueden separar el corazón de la cabeza del mismo cuerpo y seguir viviendo igual, esa misma escalera del sueño, que comunica las dos realidades, cielo y tierra, se vuelve a sentir igualmente la comunicación de los mismos sentimien­tos de unión[4]. Tal vez en esa división consistió la distinción entre alma y cuerpo como dos realidades diferentes durante tantos siglos de la historia de la humanidad. Una sometida a la otra (ideas platónicas, maniqueas, etc...). Y es, entonces, cuando aparecen los sentimientos de remordimiento y el deseo ardiente de volver a experimentar las antiguas bondades de ese maravilloso encuentro. En el que se reconoce, por una parte, que los preceptos de Dios, el creador son justos y buenos y es un beneficio aceptar­los y cumplirlos, pero por otra, se reconoce igualmente que se ha estado lejos de esa unión y por consiguiente del creador mismo. De lo que se genera un sentimiento religioso, quizás sean las mismas insinua­ciones del corazón a las que la cabeza da profundo y agradecido asentimien­to.
         Tal vez, ese mismo sentimiento religioso, y que se podría llamar en el buen sentido "fe", es lo que genera el intento del hombre de correspondencia, o sea, el propósito sincero de que la tierra, la cabeza, vibre ante las delicadas insinuaciones y mensajes sutiles del corazón, el cielo.
         Y se despierta, por consiguiente, el deseo de permane­cer, como se puede deducir de los textos que continúan en el orden que estamos siguiendo, y que es tal como los encontramos en los libros bíblicos:

"Al oírlo, ha desfallecido nuestro corazón y no se encuentra ya nadie con aliento en vuestra presencia, porque Yahveh vuestro Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra"(Josué 2:11). "Cuando saliste de Seír, Yahveh, cuando avanzaste por los campos de Edom, tembló la tierra, gotearon los cielos, las nubes en agua se fundieron" (Jueces 5:4). "La tierra fue sacudida y vaciló, las bases de los cielos retemblaron. Vacilaron bajo su furor" (II Samuel 22:8). "Y dijo: "Yahveh, Dios de Israel, no hay Dios como tú en lo alto de los cielos ni abajo sobre la tierra, tú que guardas la alianza y el amor a tus siervos que andan en tu presencia con todo su corazón"(I Reyes 8:23). "¿Es que verdadera­mente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construi­do!" (I Reyes 8:27). "Escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu pueblo Israel y vuélvelos a la tierra que diste a sus padres" (I Reyes 8:34). "Escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tu siervo y de tu pueblo Israel, pues les enseñarás el camino bueno por el que deberán andar, y envía lluvia sobre tu tierra, la que diste a tu pueblo en heren­cia" (I Reyes 8:36). "Escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y haz según cuanto te pida el extranjero, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te teman como tu pueblo Israel, y sepan que tu Nombre es invocado en esta Casa que yo he construido" (I Reyes 8:43). "Hizo Ezequías esta plegaria ante Yahveh: "Yahveh, Dios de Israel, que estás sobre los Querubines, tú sólo eres Dios en todos los reinos de la tierra, tú el que has hecho los cielos y la tierra" (II Reyes 19:15). "Alégrense los cielos y la tierra jubile. Decid entre las gentes: "¡Yahveh es rey!" (I Crónicas 16:31). "Pero, ¿es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!" (II Crónicas 6:18). "Escucha tú desde los cielos, perdona el pecado de tu pueblo Israel, y vuélvelos a la tierra que les diste a ellos y a sus padres" (II Crónicas 6:25). "Escucha tú desde los cielos y perdona el pecado de tus siervos y de tu pueblo Israel, pues les enseñarás el camino bueno por el que deben andar, y envía lluvia sobre tu tierra, la que diste a tu pueblo por heren­cia" (II Crónicas 6:27). "Escucha tú desde los cielos, lugar de tu morada, y haz cuanto te pida el extranjero, para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu Nombre y te teman, como tu pueblo Israel, y sepan que tu Nombre es invocado sobre esta Casa que yo he construido" (II Crónicas 6:33). "Y mi pueblo, sobre el cual es invocado mi Nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo les oiré desde los cielos, per­donaré su pecado y sanaré su tierra" (II Crónicas 7:14).

         En los textos inmediatos se habla ya de la intención de construir un templo y de organizar un pueblo propiamente, ya que se podría decir que ante la inconstancia de la permanencia del hombre en esa estrecha relación del cielo con la tierra, del corazón con la cabeza, pretende crear una casa material, que sea sagrada, que represente ese mismo deseo de unión. Son los textos del libro[5] II Crónicas 36:23 y el de Esdras 1:2. Pero deseo que nace de un sentimiento religioso de agradecimiento y que busca estar siempre en contacto, como se ven en las 18 veces que aparece en los salmos "los cielos" y "la tierra" juntos[6].
         Y ya este hecho de la construcción del templo, y que se podría considerar como la misma idea de la piedra del sueño de Jacob, pero en mayores dimensiones, ante el mismo aconteci­mien­to del lugar del recuerdo de la comunicación, me sugiere muchas ideas en mi reflexión de poeta. Tal vez, en esto consista el grito de Jesús de destruir el templo material y de restau­rar, ni si­quiera instituir, el verdadero culto agradable a Dios. Tal vez, no lo sé. Pero estas ideas serán parte del segundo capítulo de mis reflexio­nes.
         De manera que podemos concluir igualmente como en la primera parte con las mismas ideas, prácticamente, pero con un desarrollo gradual: 1) Dios que crea la relación; 2) El hombre que quiere permanecer fiel (en la primera conclusión era la piedra) y construye el templo para recordar el compromiso, de lo que se genera un sentimiento religioso.


LA INSISTENCIA DE LOS LIBROS SAPIENCIALES:

         Así, pues, podríamos decir que se vuelve a establecer el contacto directo del cielo con la tierra, o en las mismas palabras que venimos utilizando, en nuestra reflexión de poeta, el corazón y la cabeza. Y en donde las citas que continúan, del libro de los Proverbios y la Sabiduría buscan catequizar y recordar esas verdades, como se puede ver:

"Con la Sabiduría fundó Yahveh la tierra, consolidó los cielos con inteligencia" (Proverbios 3:19:). "Los cielos por su altura, la tierra por su profundi­dad, y el corazón de los reyes: son inescrutables" (Proverbios 25:3). "¿Quién subió a los cielos y volvió a bajar? ¿quién ha recogido viento en sus palmas? ¿quién retuvo las aguas en su manto? ¿quién estableció los linderos de la tierra? ¿Cuál es su nombre y el nombre de su hijo, si es que lo sabes”? (Proverbios 30:4). "Trabajosamente conjetu­ramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién, entonces, ha rastreado lo que está en los cielos”? (Sabiduría 9:16).

         Pero en las que se descubre que comienzan a considerar como "misterios" tanto los cielos como la misma tierra. Y este mismo nuevo hallazgo torna más interesante, y más que justificado nuestro intento de relacionar al cielo con el corazón y la tierra con la cabeza. Y en vez de decir con los autores sagrados: "Los cielos por su altura, la tierra por su profundidad, y el corazón de los reyes: son inescrutables", (Proverbios 25:3:); y, "Traba­jo­sa­mente conjetu­ramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga hallamos lo que está a nuestro alcance; ¿quién, entonces, ha rastreado lo que está en los cielos”?, (Sabiduría 9:16:); podríamos muy bien decir: "trabajosamente conjeturamos lo que hay en la cabeza del hombre... ¿quién, entonces, ha rastreado lo que está en el corazón”?, o "el corazón por su altura, la tierra por su profundi­dad... son inescrutables". Y cobra sentido todo lo que venimos reflexionando, sin duda.
         Ahora bien, todos los textos del Antiguo Testamento que continúan hacen referencia explícita a la invitación de volver a Dios, tarea propia de los profetas. Pero por no hacer muy extensa esta  reflexión de poeta los omitimos[7].

2) EN EL NUEVO TESTAMENTO:

         Como habíamos anotado al comienzo son 13 veces que aparecen juntos las palabras "los cielos" y "la tierra" en el Nuevo Testamento.
         Y nos sorprende igualmente la consecuencia del tema que venimos siguiendo. Fijémonos bien en la parte que recién hemos terminado de reflexionar: Dios que restablece las relaciones con el hombre y el hombre que busca materializar como representación esa relación. En la primera reflexión era la piedra y en la segunda era el templo.
         Ahora, en esta tercera que iniciamos, la representación es el mismo Cristo, como se verán en los textos que daremos como resultado de nuestra búsqueda. Y no se puede negar el íntimo desarrollo de la misma idea, prácticamente.
         No olvidemos la relación que venimos haciendo con el corazón y la cabeza, como las partes correlativas al cielo y la tierra. Así doy a continuación las citas del Nuevo Testamento. Omito premeditadamente, la primera vez que lo hago en estas reflexio­nes, las citas del Evangelio de Mateo y de los Hechos[8], pues están referidos a otros temas, que por ahora no obedecen a mis inquietu­des de poeta en mi relación "cielo-tierra" con "corazón-cabeza", aunque viéndolo bien hacen referencia al poder sobre los cielos y la tierra[9]. Así, pues, tenemos:
         Efesios 1:10:
          "para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra".
          Filipenses 2:10:
          "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos",
          Colosenses 1:16:
          "porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisi­bles, los Tronos, las Dominacio­nes, los Principados, las Potes­tades: todo fue creado por él y para él",
          Colosenses 1:20:
          "y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacifi­cando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos".

         Y así podemos decir, concluyendo, prácticamente nuestras primeras reflexiones, fructíferas para mí, que existe una estrecha, pero sutil relación entre el cielo y la tierra. Habíamos dicho así que era la escalera en el sueño de Jacob como los preceptos en el decálogo y la intención del hombre de permanecer fiel. Pero ahora, ya no será ni una simple piedra, ni menos una suma de muchas piedras como en el caso del templo material, sino la misma persona de Cristo lo que va a establecer definitivamente y de una vez por todas las relaciones.
         De todo esto podemos decir muchas cosas positivas: Por una parte, Dios no abandona al hombre[10], a pesar de que le deja hacer su propia historia. ¿Cómo podrían los cielos renegar de sí mismos? ¿Cómo podría el corazón abandonar la cabeza, a pesar de que la cabeza se imponga aparentemente?[11]. Y cuando esto sucede, es decir, cuando la cabeza pareciera que dominara plenamente, con sus imperios de seguridades y de realidades concretas, descubre automáticamente por las insinuaciones casi impercepti­bles del corazón que las razones últimas y trascenden­tales de su existen­cia están más allá de lo que posee en las manos.
         En ese mismo sentido el hombre tampoco se aparta de Dios, ya que siempre puede escuchar su voz. Porque ¿cómo se podría apartar el corazón de la cabeza del mismo cuerpo? Sería realmente un fenómeno. Además, el hecho de que la cabeza se imponga aparente­men­te no significa que se está independizando totalmente del corazón o en palabras de nuestra relación, el hecho de que se imponga el reino de la tierra, aparentemente, no significa que el del cielo no esté yaciendo en el fondo. Lo que sería lo mismo de la ciudad que se crea el hombre para hacerse famoso pero con la cúspide en los cielos. De lo que se podría decir que en rela­ción.
         Y si están en relación están en comunicación, aunque sea muy mínima, si no ya no sería relación. Por eso mismo Dios se da a conocer como el trascendente. Y por eso el hombre está en capacidad de reconocerlo como tal, precisamente, porque está en un mínimo de contacto con él y sabe el tipo de comunicación. Por eso el hombre, que es inmanente-trascendente percibe lo puramente trascendente, porque ¿cómo podría captarlo o percibir­lo si no posee en sí mismo el instrumento preciso y propio de esa comunicación que es la trascendencia misma?
         Precisamente porque estas dos realidades están unidas en una misma y son la misma realidad indivisible, porque el cuerpo no sólo es cabeza, ni sólo corazón, ni sólo miembros separados. Pues así, biológicamente hablando, como la cabeza, como el centro motor, posee todas las faculta­des de movimiento y de coor­dinación, sin la sangre que fluye de las pulsaciones rítmicas del corazón no podría procesar los estímulos recibidos del exterior y el cuerpo igualmen­te no podría ejecutar ninguna acción. Igualmente, sucedería a nivel de ideas intelectivas o espiritua­les, sin la iluminación especialí­sima del corazón. O lo que es igual, del cielo.
         Ahora bien, como el inmanente-transcendente, es decir el hombre, experimentaba en esa relación una constante lucha entre el permanecer atento y olvidarse algunas veces, el puramente transcen­dente decide completar definitivamente la historia con su definiti­va manifestación en la persona de su Hijo. Y entonces el mismo Dios, creador de los cielos y la tierra, en la persona de su Hijo, se convierte en el puente mismo de la plena comunica­ción y se da desde entonces el cambio maravilloso del TRANSCEN­DENTE-INMANENTE[12], que no es otra cosa que la perfec­ción misma del inmanente-transcen­dente. Es decir, Creador-criatura y criatura-Creador.
         De manera, que el hombre en su afán de permanecer en íntimo contacto con su creador, ya no necesita ni de una piedra, como señal, como en el caso de Jacob, ni de un templo, como el pueblo de Israel, que eran al mismo tiempo el obstáculo mismo de la comunicación, pues no era un hecho externo sino la comunica­ción como tal.
         Y si nos detenemos con atención en lo que vengo reflexio­nan­do descubriremos fácilmente el desarrollo de ese proceso. Pues ya no es la relación que la inicia el Transcendente y la debe mantener el inmanente, en una constante lucha agotado­ra, sino que la relación la inicia el transcendente y la continúa el transcen­dente mismo. Es decir, es la plenitud de la relación del inmanente-transcendente en el transcendente-inmanente.
         Sólo desde esa relación se comprende la oración del Padrenues­tro, que es lo que nos ha inspirado en esta reflexión de poeta. Pues si volvemos al relato de los evangelistas leeremos inmediata­mente que Jesús, el Hijo, la relación misma, enseña a orar de esa forma a los discípulos quienes le han pedido que les enseñe a orar.
         De lo que se pueden tomar los siguientes datos: No es la oración de Jesús, sino es la manera como Jesús recomienda orar. Pues dice el relato de Lucas: 11:1: "Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:

"Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos." Y Mateo, de donde tomamos el texto por referirse a los cielos y a la tierra, dice: "Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal", (Mateo 6:9-13).


         De esa relación se descubren dos cosas importantes que van a hacer la clave de la relación Dios-hombre, cielos-tierra o corazón-cabeza: una es el Reino de los cielos y la otra la voluntad de que se haga ese Reino en la tierra como en el cielo, en donde el Hijo se va a convertir en la relación misma de ese Reino. Pero es tema de una posterior reflexión.
         Así, pues, tenemos que el corazón y la cabeza están en estrecha relación y que esa íntima comunicación se va a llamar Reino de los cielos, o en otras palabras Reino del corazón, porque según hemos venido reflexionando el cielo es el corazón mismo y la tierra la cabeza, y que son inseparables en la realidad hombre.
         De manera que cuando decimos: "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" estamos diciendo en otras palabras: "hágase tu voluntad así en la cabeza como en el corazón". O mejor todavía, "hágase en la cabeza como ya está fijado y determinado en el corazón", pues es en el corazón mismo del hombre donde está Dios. O aún, "ayúdanos, Creador de Cielos y Tierra, a poder estar en íntima sintonía con corazón y cabeza". Es decir, a vivir el Reino del corazón o del cielo que es lo mismo, según nuestra reflexión.
         Y que serán "los cielos nuevos y la tierra nueva" de la esperanza escatológica[13].




 




 

SEGUNDA PARTE:

 

LA RELACIÓN “CIELO-TIERRA”






En la primera parte anotábamos que el sentido general de “cielos-tierra” es con relación al reconocimiento de la obra de Dios. Por lo menos, ese es el sentido que descubrimos en esa primera relación. Ahora, en esta segunda, veremos y descubriremos que es otro el sentido que la Biblia le da a la relación “cielo-tierra”. Allá en plural. Aquí en singular. ¿Por qué? Nuestro aporte consiste, precisamente, en descubrir la diferencia y percatarnos de ella.

DATOS ESTADÍSTICOS GENERALES:


         Siguiendo la misma metodología de la primera parte tenemos que decir para empezar esta segunda que son 141 veces que aparecen "el cielo" y "la tierra" juntos, de las cuales 93 en el Antiguo Testamento y 48 en el Nuevo. Esos son los datos encontrados en nuestra búsqueda.

         Después, hacer ver que hay una notable diferencia en el sentido con las veces que aparecen "los cielos" y "la tierra" que hemos visto anteriormente.

PRIMERAS IMPRESIONES:

En la primera relación, aparece con una cierta referencia de majestad reconocida a Dios, por parte del hombre que quiere reconocer la obra de Dios, y el deseo de relación entre Dios y el hombre. Mientras que la primera impresión que percibi­mos en nuestra ojeada al buscar las veces que aparecen "el cielo" y "la tierra" es la de crear y declarar las hostilidades entre Dios y el hombre, pero sobre todo como iniciativa de Dios ante la actitud de obstinación del hombre. Y esta primera impresión puede ser ya la primera diferencia entre "los cielos-la tierra" y "el cielo-la tierra".

EN EL LIBRO DEL GÉNESIS:

          Génesis 6:17: "Por mi parte, voy a traer el diluvio, las aguas sobre la tierra, para exterminar toda carne que tiene hálito de vida bajo el cielo: todo cuanto existe en la tierra perecerá. Génesis 7:3: (Asimismo de las aves del cielo, siete parejas, machos y hembras) para que sobreviva la casta sobre la haz de toda la tierra. Génesis 7:19: Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo. Génesis 7:23: Yahveh exterminó todo ser que había sobre la haz del suelo, desde el hombre hasta los ganados, hasta las sierpes y hasta las aves del cielo: todos fueron exter­minados de la tierra, quedando sólo Noé y los que con él estaban en el arca.

         ¿Por qué esa notable diferencia? ¿Será que al decir "cielo", en singular, es para indicar que se trata de un cielo propio creado por el hombre y no de "los cielos", en reconocimiento de la obra de Dios y sin referencia a Él, sino opuesto?. Y por eso mismo, ¿el Dios de los cielos quiere reivindicar su verdadero puesto? Porque es evidente que hay diferencias en el sentido de un uso y de otro.
         Aunque no se puede negar tampoco que, en parte, Dios le da un cierto reconocimiento al hombre al pretender éste usar su propio poderío, pues en las citas que continúan inmediatamente del libro del Génesis dice:

Génesis 9:2: “Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo, y a todo lo que repta por el suelo, y a todos los peces del mar; quedan a vuestra disposi­ción". Génesis 26:4: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descenden­cia todas estas tierras. Y por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra”. Génesis 27:28: “¡Pues que Dios te dé el rocío del cielo y la grosura de la tierra, mucho trigo y mosto!” Génesis 27:39: “Su padre Isaac le dijo por respuesta: "He aquí que lejos de la grosura de la tierra será tu morada, y lejos del rocío que baja del cielo”.

         De manera, que se puede notar como una especie de participación en el poder sobre lo creado, de Dios y del hombre.
         Y este hallazgo pareciera iluminar nuestra reflexión de poeta. Ya que se puede notar, desde él, que toda la historia del hombre, según los datos bíblicos, y según nuestra relación va a estar en ese doble trabajo sobre lo creado, con una sutil diferen­cia. Es decir, esa corresponsabilidad sobre lo creado no resulta ningún problema cuando el hombre se sabe instrumento de quien le da el poder y actúa en consecuencia relacional. Pero se convierte en problema cuando provoca la división, precisamente. Y entonces, es cuando se crea "el cielo" sin referencia a "los cielos". Pues es lo que se puede deducir de los textos que siguen:

“Quebrantaré vuestra orgullosa fuerza y haré vuestro cielo como hierro y vuestra tierra como bronce” (Levítico 26:19). “Figura de alguna de las bestias de la tierra, figura de alguna de las aves que vuelan por el cielo”, (Deute­ronomio 4:17). “Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra que desapareceréis rápidamente de esa tierra que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán”. “No prolon­ga­réis en ella vuestros días, porque seréis completa­mente destruidos”, (Deuteronomio 4:26). “Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿Hubo jamás desde un extremo a otro del cielo palabra tan grande como ésta? ¿Se oyó semejante”? (Deuteronomio 4:32). “Desde el cielo te ha hecho oír su voz para instruirte, y en la tierra te ha mostrado su gran fuego, y de en medio del fuego has oído sus palabras”, (Deuteronomio 4:36). “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”, (Deuteronomio 4:39). “Sino que la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión es una tierra de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo”, (Deuteronomio 11:11). “Para que vuestros días y los días de vuestros hijos en la tierra que Yahveh juró dar a vuestros padres sean tan numerosos como los días del cielo sobre la tierra”. (Deuteronomio 11:21). “Yahveh dará como lluvia a tu tierra polvo y arena, que caerán del cielo sobre ti hasta tu destrucción, (Deuteronomio 28:24). “Tu cadáver será pasto de todas las aves del cielo y de todas las bestias de la tierra sin que nadie las es­pante” (Deuteronomio 28:26). “Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descenden­cia”, (Deuteronomio 30:19). “Congregad junto a mí a todos los ancianos de vuestras tribus y a vuestros escribas, que voy a pronunciar a sus oídos estas palabras, poniendo por testigos contra ellos al cielo y a la tierra”, (Deuteronomio 31:28).

         Así, la historia del hombre va a estar entre el aceptar y reconocer, por una parte, "los cielos" sobre "el cielo" y el hacer, por otra, su propio poder. Cuando está en consonan­cia reconoce la obra de Dios y Dios aparece, práctica­mente, haciendo una misma historia con el hombre, pero cuando la olvida, crea la división.
         Es prácticamente la idea general de todos los textos que continúan y que omitimos por razones obvias[14]. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer que "el cielo" es, en todo caso, también, un misterio para el hombre mismo, como lo dice el libro del Eclesiástico: “La altura del cielo, la anchura de la tierra, la profun­didad del abismo, ¿quién los alcanza­rá”?, (Eclesiástico 1:3).
         Y que según nuestra relación con el corazón sería su misterio mismo.
         De lo que tenemos dicho podemos decir que el hombre separa "el cielo" de "los cielos", para crear su propia historia en el caso de "el cielo" y "la tierra". Y aquí hay ya otra diferencia con "los cielos" y "la tierra": allá, cuando ocurre la separa­ción y se dan los pasos por parte de Dios para restable­cerse las relaciones se ponen las reglas por parte de Dios y las promesas del hombre en ser fiel. Mientras que aquí, no hay ni reglas de Dios ni promesas del hombre. Son los detalles que se descubren en una ojeada rápida de ambos casos. Y esto me parece interesan­te, y tal vez sea una clave importante para poder interpretar mis reflexiones y mis inquietudes de poeta a raíz de los textos bíblicos, pues es evidente que hay diferencias en los dos usos, sobre los que vengo pensando.


EN EL NUEVO TESTAMENTO:

a)  En los Evangelios:


         Y lo primero que se nota de la primera cita del evangelio de Mateo es la relativización del cielo y la tierra, como se ve: Mateo 5:18: “Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda”.
         Lo curioso es que sin hacer ninguna reflexión forzada, con­scientemente, pues vengo apuntando lo que me sugiere espontá­neamente la intuición, pareciera haber una estrecha relación con las anotaciones sobre el Antiguo Testamento. Pues si nos detenemos, para seguir la línea que llevamos, encontraremos enseguida que, al hombre crearse su propio "cielo" y "tierra", como en contrapo­sición a "los cielos", después de las amenazas de Dios del Antiguo Testamento, viene la sentencia del evangelista Mateo, del Nuevo Testamento, al poner en boca de Jesús de Nazareth la relativización, precisamen­te, de ese "cielo" y esa "tierra" del hombre. Y pide a continua­ción que se realice el verdadero reino, no del hombre sino el del "Padre nuestro", para que se haga así su voluntad "en la tierra como en el cielo": Mateo 6:10: “venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”.
         Y, así, la cita que continúa inmediatamente, también de Mateo, coloca enseguida el justo valor de lo creado. De manera que primero relativiza la realidad del hombre y después valora la verdadera realidad. Dice el texto: Mateo 11:25: “En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligen­tes, y se las has revelado a pequeños".

CIELO-TIERRA

 EN RELACIÓN CON LA CABEZA-CORAZÓN:


         Como si ya después de haber relativizado todo el reino del hombre, al crear la división en la corresponsabilidad sobre lo creado y apropiárselo todo para sí como el único, se diera gracias a Dios por el don de la comprensión de las verdaderas realidades. Y como si se dijera: "todas estas pequeñas cosas, tan sublimes y profundas a la vez están vetadas a quienes utilizan mucho la cabeza y menos el corazón, pues son tan sutiles que sólo el corazón las puede captar". Es lo que se podría interpretar de la cita de Mateo 11:25: "has ocultado estas cosas a sabios e inteligen­tes, y se las has revelado a peque­ños". Y a quienes les recomienda, en esa misma línea, no confundir la justa escala de los valores, al decir: Mateo 23:9: “Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo”.
         Como si se pretendiera decir: "no te edifiques ningún Dios en la cabeza, de propia creación, ni lo llames Padre, porque uno solo es vuestro Padre: el del corazón". Todos los demás son apariencias o escapes ya que el verdadero Dios lo llevamos en nosotros mismos.
         En ese mismo sentido saltamos las citas que continúan de los evangelios de Mateo y Marcos[15] y pasamos inmediatamente a la primera cita de Lucas porque nos complementa prácticamente lo que venimos reflexionando. Lucas 12:56: “¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo”?
         Como si con ello se insistiera en que el hombre es capaz de escudriñar demasiado y se olvidara de lo esencial.
         Ahora bien, siguiendo la misma línea de reflexión hacemos un salto cuantitativo a las únicas dos citas del evangelio de San Juan porque continúan en el mismo orden de ideas, en donde el evangelis­ta nos refiere que Jesús se pone en el nivel del hombre pero éste no le capta y entonces Jesús replica: Juan 3:12: “Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo”?. Juan 3:31-32: “El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, y su testimo­nio nadie lo acepta”.
         De lo que podría decirse que a pesar de que el hombre está habituado a vivir según el mundo de la cabeza ha perdido todo mínimo contacto con el corazón. De allí que no puede captar lo que el mismo corazón le inspira. Tal vez porque la cabeza está demasiado llena de su propio mundo que no tiene espacio para otros pequeños mundos. Y se me ocurre pensar que tal vez en esto consista la pobreza de las bienaventuranzas, pero es tema de otra reflexión, aunque no se puede negar que es al fin y al cabo la profundización o la consecuencia de la misma idea.
         De manera que se identifica la línea divisoria entre "el cielo" y "la tierra", o entre "el corazón" y "la cabeza", como si las dos realidades fueran dos mundos diferentes. Tal vez por eso el mismo Jesús daba gracias al Padre de haber ocultado el misterio de la relación cielo-tierra a la gente inteligente y revelado a la gente sencilla. Tal vez porque no hay relación en el plano tierra-tierra, pues son dos iguales, sino cielo-tierra, y por eso, precisamente, se llama relación. Tal vez porque le falta al plano tierra-tierra la especificidad del diferente que es el cielo. O lo que es lo mismo, cabeza-cabeza, cielo-cabeza.
         Y tal vez, precisamente, por eso mismo, Jesús, que es la relación misma cielo-tierra, transcendente-inmanente, le recrimina al hombre su falta de complementariedad en la realidad inmanente-transcendente, convertida sólo en inmanencia. Tal vez.
         Pero, para completar mis inquietudes de poeta pasemos ahora a las experiencias apostólicas.


b)    Los otros libros del Nuevo Testamento:

         Las primeras seis citas de los Hechos de los Apóstoles hacen referencia al reconocimiento de la obra de Dios[16] y es práctica­mente una repetición de algunos textos del Antiguo Testamento. Las omitimos y pasamos a la que damos a continuación, y que en cierta manera nos pone en contacto con las ideas anterio­res. Así dice en: Hechos 14:15: “Amigos, ¿por qué hacéis esto? Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros, que os predi­ca­mos que abando­néis estas cosas vanas y os volváis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto en ellos hay”.
         En donde encontramos relación pues al relativizar la realidad del hombre, como habíamos dicho en la parte inmediata­mente anterior, se quiere poner el verdadero valor en Dios, mas los Apóstoles al predicar esa nueva verdad y hacer grandes signos se ven confundidos como los nuevos dioses. Y entonces recuerdan que son también hombres, de igual condición.
         Y es importante esa nueva aclaratoria pues no se trata de repetir la misma historia antigua, sino de reconocer la obra de Dios que ya está totalmente perfeccionada y de valorar igualmente que ya no es una sustitución de lugares o de dio­ses como del templo sino de un lugar en el hombre mismo, como señala la cita inmediata: Hechos 17:24: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santua­rios fabricados por manos humanas”.
         Ya que se trata de un nuevo hombre, como apunta el texto posterior: I Corintios 15:47: “El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo”.
         Del cual el modelo es el mismo Cristo: Efesios 3:15: “de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra”. Y del que no se puede prescindir, pues, se añade en la cita que continúa: Hebreos 12:25: “Guardáos de rechazar al que os habla; pues si los que rechazaron al que promulgaba los oráculos desde la tierra no escaparon al castigo, mucho menos nosotros, si volvemos la espalda al que nos habla desde el cielo”.
         De manera, que encontramos como un desarrollo lógico en las mismas citas y como que una viene a continuar la anterior en nuestro intento de reflexionar sobre el cielo y la tierra en los textos bíblicos en nuestra relación corazón-cabeza.
         Ahora bien, la perfección de ese reconocimiento absoluto, sin separación por parte del hombre es prácticamente la escatolo­gía misma, pues es evidente que la historia del hombre va a estar entre el sí y el no, pues como apunta el libro de Santiago: San­tiago 5:12: “Ante todo, hermanos, no juréis ni por el cielo ni por la tierra, ni por ningún otra cosa. Que vuestro sí sea sí, y el no, no; para no incurrir en juicio”.
         Realidad en eterno movimiento que no se puede negar. De allí que los textos que continúan a Santiago sean precisamente los del Apocalipsis como la meta misma de la historia del hombre nuevo[17], en la figura del ángel, en eterno reconocimiento.
         Y para terminar esta parte cito el último texto del Apocalip­sis donde aparecen "cielo" y "tierra" juntos, precisa­men­te como nuevos, como la meta misma de la historia: Apo­cal­ipsis 21:1: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva ‑ porque el primer cielo y la primera tierra desaparecie­ron, y el mar no existe ya”.
         Y de lo que se puede decir que ese nuevo cielo y esa nueva tierra es obra de Dios mismo, mas escatológicamente, sin negar por supuesto que es también un quehacer histórico en la tierra por parte del hombre. De allí que en la oración del Padrenuestro se diga: "venga a nosotros tu Reino", pues ya el hecho de que "se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo" es el deseo del hombre de querer vivir en sintonía de corazón y cabeza, o de cielo y tierra, haciendo así su propia historia lejana y cercana, a la vez, del Reino de Dios, que es precisa y obligadamente la tercera parte de estas reflexiones de poeta, pues es parte constitutiva de la oración del Padrenuestro y que en mis insinua­ciones de poeta suena a "Reino del corazón" como la manifestación o expresión de los cielos o el Corazón del Padre.
         Pero antes de pasar a la tercera parte es necesario primero precisar las ideas de lo que hemos venido diciendo en estas dos primeras. Así tenemos que cuando aparecen "cielos" y "tierra" juntos, es para hacer referencia a la creación por parte de Dios y del reconocimiento por parte del hombre. Se descubre también un intento del hombre de crear su propio mundo, pero sin oponerse totalmente al de Dios. Dios y el hombre están en continuo contacto de manera que se dan unos mandamientos por parte de Dios que el hombre debe cumplir para mantener la relación. Mientras que cuando aparecen "cielo" y "tierra" juntos es para hacer referencia explícita a lo material con más precisión. Y es en esta parte en donde se descubre como una especie de oposición hacia Dios por parte del hombre, más que en la primera en donde sí se nota una mínima comunicación.
         Así, pues, se pueden descubrir diferencias.






Como habíamos señalado, en el principio, hay una relación entre los cielos y el cielo en la oración del Padrenuestro. Dice el texto: “Padre nuestro que estás en los cielos, santifica­do sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”, (Mateo 6:9-13).
         Ya hemos hecho nuestras anotaciones sobre las dos partes de la relación del primer trozo de la oración. Es decir, hemos relacionado el "Padrenuestro que estás en los cielos" con el "hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo" y hemos descubierto el tipo de relaciones en los dos casos.
         Ahora bien, en esta parte nos dedicaremos, precisamen­te, a la realidad que comunica los dos elementos de la relación que es el Reino del Padrenuestro.

RELACIÓN OBLIGADA CON LOS DOS APARTADOS ANTERIORES CON MUCHA ATENCIÓN:


         Para empezar, esta tercera parte, tenemos que volver por un momento al primer apartado de nuestro intento en donde habíamos dicho entre otras cosas que: 1) Dios crea la relación; 2) El hombre que quiere permane­cer fiel (en la primera conclusión era la piedra) y construye el templo para recordar el compromiso, de lo que se genera un sentimiento religioso. De lo que se puede decir que existe una estrecha, pero sutil relación entre el cielo y la tierra. Habíamos dicho así que era la escalera en el sueño de Jacob como los preceptos en el decálogo y la intención del hombre de permanecer fiel. Pero ahora, ya no será ni una simple piedra, ni menos una suma de muchas piedras como en el caso del templo material, sino la misma persona de Cristo lo que va a establecer definitivamente y de una vez por todas las relaciones.
         Ahora bien, como el inmanente-transcendente, es decir el hombre, experimentaba en esa relación una constante lucha entre el permanecer atento y olvidarse algunas veces, el puramente transcen­dente decide completar definitivamente la historia con su definiti­va manifestación en la persona de su Hijo. Y entonces el mismo Dios, creador de los cielos y la tierra, en la persona de su Hijo, se convierte en el puente mismo de la plena comunica­ción y se da desde entonces el cambio maravilloso del TRANSCEN­DENTE-INMANENTE, que no es otra cosa que la perfec­ción misma del inmanente-transcen­dente.
         Realidad que hace que el hombre se mantenga en una constante búsqueda de la perfección, consiguiéndola y no al mismo tiempo objetiva, pero subjetivamente queriendo estar en esa línea. De allí, que en la oración del Padrenuestro Jesús enseña a decir:
"v­enga tu Reino".
         Reino, que se puede decir que es el nuevo cielo y la nueva tierra como obra de Dios mismo, mas escatológicamente. Sin negar, por supuesto, que es también un quehacer histórico en la tierra por parte del hombre. De allí, que en la oración del Padrenuestro se diga: "venga a nosotros tu Reino". Pues, ya, el hecho, de que "se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo" es el deseo del hombre de querer vivir en sintonía de corazón y cabeza, o de cielo y tierra, haciendo así su propia historia lejana y cercana, a la vez, del Reino de Dios. Pues es parte constitutiva de la oración del Padrenues­tro y que en mis insinuaciones de poeta suena a "Reino del corazón" como la manifestación o expresión de los cielos o el Corazón del Padre. Y esta parte corresponde a la segunda de nuestras reflexiones.

MÁS INQUIETUDES POR RESOLVER:


         Bien. Ahora, surgen automáticamente las preguntas: ¿Cuál Reino? Es evidente que el del Padrenuestro. Sí, pero ¿cómo es ese reino? ¿Cómo será la organización de ese reino? ¿Cuáles son los jefes de ese reino? ¿Cuáles son las leyes de ese reino? ¿Cuáles son los confines, los límites geográficos, los lineamien­tos políticos y el tipo de vida de ese reino?
         Y para intentar contestarnos a nosotros mismos debemos ojear los textos bíblicos, como hemos hecho en los dos apartados precedentes e intentar seguir nuestra relación.
         Así, lo primero que tenemos que decir es que la realidad de ese Reino en el Nuevo Testamento está expresada como Reino de los Cielos, en el caso del evangelista San Mateo, y como Reino de Dios en los demás evangelistas. Como Reino de Dios aparece 72 veces y como Reino de los cielos 33.
         Quedémonos aquí con la expresión Reino de los cielos.


REINO DE LOS CIELOS:

Donde se unen “cielo (s)-tierra”:


a)  EN EL EVANGELIO DE MATEO:


         Y lo primero que tenemos que señalar es que de hecho se halla inmediata ilación con lo que venimos diciendo, sin necesidad de forzar los textos en que aparecen relacionados los cielos y la tierra con Reino de los cielos. Así, encontramos que en Mateo la primera referencia es el anuncio de la llegada del Reino, como si fuera una continuación de lo que se había señalado sobre la plenitud de lo inmanente-transcendente como la nueva realidad. Dice así el texto: Mateo 3:2:"Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos." Mateo 4:1: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: "Co­nvertíos, po­rque el Reino de los Cielos ha llega­do."
         Se podría decir que ya el tiempo definitivo de la relación estrecha cielo-tierra, o corazón-cielo, es una realidad. Y lo que surge de esa estrecha relación es lo que se va a llamar "el Reino de los cielos" o de Dios, es decir, el fruto de la íntima y total comunicación entre estas dos realidades, en la que ya no habrá divisiones, por lo menos en el anuncio de Jesús.
         Porque ya no se trata de la división entre los cielos y el cielo, es decir, entre los cielos del Creador o del Padre y el cielo del hombre, como habíamos visto en la segunda parte de estas reflexiones, sino del deseo firme de hacer juntos un mismo reino. Pero que está vetado a los que utilizan demasiado la cabeza, en expresiones del evangelista, los inteligentes, y en cambio revelado a los pequeños.
         Ahora bien, esos pequeños van a ser llamados los bienaventu­rados por el mismo Jesús por quienes da gracias al Padre. Y así en la cita que continúa en el evangelio de Mateo dice: Mateo 5:2-11:

“Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:

"Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos
poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os per­si­gan y digan con men­tira toda clase de mal con­tra voso­tros por mi cau­sa".



EN LA PRIMERA BIENAVENTURANZA SE UNEN EL CIELO Y LA TIERRA:

POBRE DE ESPÍRITU:


         De donde, la condición más importante para asimilar la nueva realidad del Reino de los cielos es ser pobre de espíritu. Es decir, como si se dijera, tener la cabeza libre para poder captar las insinuaciones sutiles pero profundas del corazón. O como si se dijera no tener nada o estar desposeído de reino, tal vez de ideas, para captar el corazón.
         Pero no sólo captarlo sino generar la actitud conse­cuente de esa suave intuición. Precisamente, porque se trata de un reino. Pero, un reino de actitudes y de posturas existenciales y que el mismo evangelista señala: mansedumbre, misericordia, justicia, transpa­rencia de corazón. Y de la que me llama la atención la parte que dice “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consola­dos”. Tal vez, porque los que lloran, son los que sufren mística­men­te por la íntima comunicación del corazón y la cabeza, cielo y tierra, y comprenden, al mismo tiempo, las maravillosas profundidades de ese continuo padecer.
         Reino que no sólo es comprenderlo sino captarlo. Es decir, no sólo saberlo racionalmente, sino de vivirlo existencialmen­te. Pues, la misma cita que continúa a la de las bienaventuranzas marca automáticamente la diferencia. Dice Mateo 5:20: “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”.
         Precisamente, porque no se trata de saberlo, pues de hecho todos lo sabemos racionalmente, de una o de otra forma. Sino de generar otro tipo de relación interpersonal que es la de la justicia. Y en ese mismo sentido la cita siguiente señala igualmen­te: Mateo 7:21: “No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”.
         Voluntad del Padre en la que no habrá diferencias ni preferen­cias, pues no se trata de pertenecer al grupo que lo entienden sino que lo viven, como se señala en: Mateo 8:11: “Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos”.
         Y como se trata precisamente de un reino éste mismo se anuncia: Mateo 10, 7: “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca”. Pero tan cerca que está en nosotros mismos. Pero no hecho para todos, sino para quienes son capaces de dar el paso de la cabeza al corazón, es decir quienes se violentan para poder captar sus propios corazones en vez de la cabeza, pues dice el texto que prosigue: Mateo 11:1: “Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arreba­tan”.
         En ese mismo sentido está la respuesta del mismo Jesús al justificar la comprensión y la diferencia, que no es discrimi­na­toria sino la recompensa al don de ser pobre de espíritu: Mateo 13:11: “Él les respondió: "Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no”.
         Y, enseguida, el evangelista nos da las comparaciones del Reino de los cielos en las que la idea general es lo sutil y pequeño, como se puede ver en:

Mateo 13:24: “Otra parábola les propuso, diciendo: "El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo”. Mateo 13:31: “Otra parábola les propuso: "El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo”. Mateo 13:33: “Les dijo otra parábola: "El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo”. Mateo 13:44: "El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escon­dido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. " Mateo 13:45: “También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas”. Mateo 13:47: "También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases”.

         Se reconoce inmediatamente el paso dado por quien quiere entrar en la nueva dimensión de relación, pues dice el texto que continúa: Mateo 13:52: “Y Él les dijo: "Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo.”
         Pero la única condición es, precisamente, ser pobre de espíritu del que el modelo mismo es la capacidad de recibir y de percibir como la de un niño: Mateo 18: 1-4: “En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: "¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos”? y dijo: "Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos”.
         Es decir, que lo para el hombre adulto es una etapa superada, la de la niñez, y considerada como una inmadurez el tener comportamiento de niños, a nivel de la búsqueda, en la línea del Reino de los cielos es la condición principal para estar en capacidad de pertenecer a ese nuevo reinado. Se podría decir que no son los comportamientos que el hombre se ha forjado en su cabeza como los ideales, sino todos los contrarios. Quizás en línea de asimilación y de la sorpresa ante lo viejo y nuevo de cada cosa propia de la capacidad sencilla del niño.
         De lo que puede decirse que a pesar de que los tienen el dominio de la cabeza sobre las insinuaciones del corazón pueden, de hecho, acercarse, aunque ya lo están, y captar las nuevas y eternas leyes del Reino que está en el hombre mismo, pues en eso consiste la capacidad del niño, como se repite en la cita inmediata a las que hemos señalado anteriormente: Mateo 19:14: “Mas Jesús les dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos. "
         De lo que surge, automáticamente, la enseñanza sobre lo mismo de Jesús, de que es difícil que un rico capte esta nueva dimensión­, quizás porque tiene muchas seguridades y muchas ideas en la cabeza, que está lleno de sí. Así dice así el texto que continúa: Mateo 19:23: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos”.
         Ya que ser pobre de espíritu y niño, a la vez, es asimilar la sencillez del corazón que exige menos y más que las complejida­des de la cabeza. Vuelve Mateo sobre las mismas ideas: Mateo 19:24: “Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”.
         Pero como la sencillez del corazón puede, a pesar de los razonamientos precisos y organizados de la cabeza, conquis­tar al mismo tiempo, por sus suaves insinuaciones a través de la estrecha e íntima comunicación entre ellos. Y comprender, al mismo tiempo, las maravillas de las verdades insinuadas, que prefiere, entonces, sacrificar sus precisiones y sus seguridades. Y dar apertura y cabida, plenamente, a lo que siente y saborea como imperecedero y sin comparación. Como lo expresa, de hecho, el evangelista: Mateo 19:12: “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entien­da".
         Pues, con todo lo que supone de extraordinario no deja de ser más que una invitación casi susurrada e imperceptible, como bien lo dicen los textos que continúan a la cita anterior de "quien pueda entender, que entienda", pues dicen: Mateo 20,1: “En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un  propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña”. Mateo 22,2: “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo”.
         Invitación que requiere la respuesta libre, pero que se puede convertir en una espada de doble filo. Pues por no entender­se ni captarse se puede pretender que los demás no respondan libremen­te a lo que sin la línea íntima de cabeza-corazón no tiene ningún sentido. Ya lo dice: Mateo 23:13: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no les dejáis entrar”.
         Mas no sólo respuesta como tal sino el estar dispuesto y preparado. Así como se apunta, precisamente, en la última cita del evangelio de San Mateo: Mateo 25,1: “Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio”.

b)   EN LOS DEMAS LIBROS­ DEL NUEVO TESTAMENTO:


         De lo que sigue la única cita, después de Mateo, en el Nuevo Testamento donde aparece "Reino de los cielos" pues es frecuente, por el contrario el uso de "Reino de Dios": I Corintios 15:50: “Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción”.
         Mas de donde se origina la creación del hombre nuevo como consecuencia inmediata de ese reino de los cielos, como se señala en:  Efesios 2:15: “anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus precep­tos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz”.
         Y creando a su vez la nueva tarea por parte del hombre mismo de:  Efesios 4:24: “y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”. Colosenses 3:10: “y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador”. Con la certeza, precisamente, de que desde ahora todo está redimensionado, como lo señala el Apóstol en Romanos 6:6: “sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado”.
         En donde no hay distinción, pues:  Colosenses 3:10-11: “y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircunci­sión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos”.
         Y en la que la, igualmente, la justicia nueva, como fruto de la misma pobreza de espíritu, sigue siendo la nueva ley externa de comportamiento humano, ya que hay, según, Colosenses 3:12-13: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os per­donó, perdonáos también vosotros”.
         Pero, no una justicia, meramente humana, sino en la nueva dimensión del amor, que es, precisamente, la gran novedad y la característica especial de la realización y manifestación del "Reino de los cielos":  Colosenses 3:14: “Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección”.

CONCLUSIÓN


         De manera, pues, que la primera parte de la oración del Padrenuestro resuena desde hace algún tiempo así: "Padre nuestro que estás en los "corazones"; santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad así en "la cabeza" como en "el corazón".
         En donde, por una parte, Dios no abandona al hombre, a pesar de que le deja hacer su propia historia. ¿Cómo podrían los cielos renegar de sí mismos? ¿Cómo podría el corazón abandonar la cabeza, a pesar de que la cabeza se imponga aparentemente? Y, cuando esto sucede, es decir, cuando la cabeza pareciera que dominara plenamen­te, con sus imperios de segurida­des y de realida­des concretas, descubre automáticamente por las insinua­ciones casi impercepti­bles del corazón que las razones últimas y trascendenta­les de su existen­cia están más allá de lo que posee en las manos.
         En ese mismo sentido el hombre tampoco se aparta de Dios, ya que siempre puede escuchar su voz. Porque ¿cómo se podría apartar el corazón de la cabeza del mismo cuerpo? Sería realmente un fenómeno. Además, el hecho de que la cabeza se imponga aparente­men­te no significa que se está independizando totalmente del corazón o en palabras de nuestra relación, el hecho de que se imponga el reino de la tierra, aparentemente, no significa que el del cielo no esté yaciendo en el fondo. Lo que sería lo mismo de la ciudad que se crea el hombre para hacerse famoso pero con la cúspide en los cielos. De lo que se podría decir que en relación.
         Y si están en relación están en comunicación, aunque sea muy mínima, si no ya no sería relación. Por eso mismo Dios se da a conocer como el trascendente. Y por eso el hombre está en capacidad de reconocerlo como tal, precisamente, porque está en un mínimo de contacto con él y sabe el tipo de comunicación. Por eso el hombre, que es inmanente-trascendente percibe lo puramente trascendente, porque ¿cómo podría captarlo o percibir­lo si no posee en sí mismo el instrumento preciso y propio de esa comunicación que es la trascendencia misma?
         Precisamente porque estas dos realidades están unidas en una misma y son la misma realidad indivisible, porque el cuerpo no sólo es cabeza, ni sólo corazón, ni sólo miembros separados. Pues así, biológicamente hablando, como la cabeza, como el centro motor, posee todas las faculta­des de movimiento y de coor­dinación, sin la sangre que fluye de las pulsaciones rítmicas del corazón no podría procesar los estímulos recibidos del exterior y el cuerpo igualmen­te no podría ejecutar ninguna acción. Igualmente, sucedería a nivel de ideas intelectivas o espiritua­les, sin la iluminación especialí­sima del corazón. O lo que es igual, del cielo.
         Así, el inmanente-transcendente, es decir el hombre, experi­men­taba en esa relación una constante lucha entre el permanecer atento y olvidarse algunas veces, el puramente transcen­dente decide completar definitivamente la historia con su definiti­va manifesta­ción en la persona de su Hijo. Y entonces el mismo Dios, creador de los cielos y la tierra, en la persona de su Hijo, se convierte en el puente mismo de la plena comunica­ción y se da desde entonces el cambio maravilloso del TRANSCEN­DENTE-INMANENTE, que no es otra cosa que la perfec­ción misma del inmanente-transcen­dente.
         Para evitar así la línea divisoria entre "el cielo" y "la tierra", o entre "el corazón" y "la cabeza", como si las dos realidades fueran dos mundos diferentes. Tal vez por eso el mismo Jesús daba gracias al Padre de haber ocultado el misterio de la relación cielo-tierra a la gente inteligente y revelado a la gente sencilla. Tal vez porque no hay relación en el plano tierra-tierra, pues son dos iguales, sino cielo-tierra, y por eso, precisamente, se llama relación. Tal vez porque le falta al plano tierra-tierra la especificidad del diferente que es el cielo. O lo que es lo mismo, cabeza-cabeza, cielo-cabeza.
         Y de lo que se puede decir que ese nuevo cielo y esa nueva tierra es obra de Dios mismo, mas escatológicamente, sin negar por supuesto que es también un quehacer histórico en la tierra por parte del hombre. De allí que en la oración del Padrenuestro se diga: "venga a nosotros tu Reino", pues ya el hecho de que "se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo" es el deseo del hombre de querer vivir en sintonía de corazón y cabeza, o de cielo y tierra, haciendo así su propia historia lejana y cercana a la vez del Reino de Dios.
         Y lo que surge de esa estrecha relación es lo que se va a llamar "el Reino de los cielos" o de Dios, es decir, el fruto de la íntima y total comunicación entre estas dos realida­des, en la que ya no habrá divisiones, por lo menos en el anuncio de Jesús.
         Porque ya no se trata de la división entre los cielos y el cielo, es decir, entre los cielos del Creador o del Padre y el cielo del hombre, como habíamos visto en la segunda parte de estas reflexiones, sino del deseo firme de hacer juntos un mismo reino. Pero que está vetado a los que utilizan demasiado la cabeza, en expresiones del evangelista, los inteligentes, y en cambio revelado a los pequeños.
         Ahora bien, esos pequeños van a ser llamados los bienaventu­rados por el mismo Jesús por quienes da gracias al Padre y en donde el ser pobre de espíritu va a ser la condición necesaria para mantenerse en esa nueva relación, es decir en el Reino de los cielos. Y en donde, como consecuencia, la nueva justicia en la nueva dimensión del amor, no meramente humano, es el fundamen­to precisamente de la construcción de ese Reino.
         Termino, pues, como empecé mi reflexión: En mi imagina­ción la oración del Padrenuestro resuena así:
         
"Padre nuestro,
que estás en los "corazones";
san­tifica­do sea tu nombre;
venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad así en "la cabeza"
como en "el corazón"...






[1] Cfr. RATZINGER, "El misterio pascual, raíz y objeto más hondo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús"; conferencia en el Congreso de Tolouse sobre el Corazón de Jesús, del 24 al 28 de julio de 1981, con motivo del XXV aniversario de la encíclica Haurietis aqua.
[2]  Me gusta mucho la parte de la humildad tratada por Federico Nietzsche en su libro Así habló Zaratustra. Creo que es un tratado que vale la pena tener en cuenta. Pero sólo el tratado sobre la humildad, en este caso.
[3]   Cfr. Jean Daujat, Jacques Maritain, “Maritain, el arte y la poesía”, Dimensiones, Caracas, 1981.
[4]  Ya lo dice San Agustín en el libro Las Con­fesiones :"¿Y cómo he de invocar a mi Dios y Señor? Llamándole para que venga a mí, está dentro de mí mismo. Pues ¿qué lugar hay en mí, adonde pueda venir y estar mi Dios”?, (San Agustín, Las Confesiones, traduc­ción del R.P. Eugenio CEBALLOS, Editorial Difusión, S.A. Buenos Aires, 1946, capítulo II, p. 14).
[5] Aquí se pueden citar igualmente los textos siguientes: I Reyes 8:27: "¿Es que verdadera­mente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construi­do!" II Crónicas 6:18 "Pero ¿es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos  no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!". Tal vez porque se reconoce la obra de Dios y su grandeza:"¡Tú, Yahveh, tú el único! Tú hiciste los cielos, el cielo de los cielos y toda su mesnada, la tierra y todo cuanto abarca, los mares y todo cuanto encierran. Todo esto tú lo animas, y la mesnada de los cielos ante ti se proster­na.", (Ne­hemías 9:6).
[6] Cfr. Salmos 8:2; 50:4; 57:6; 57:12; 68:9; 69:35; 76:9; 85:12;  96:11;  102:20; 102:26; 103:11; 108:6; 113:6; 115:15; 115:16; 134:3; 146:6;  147:8.
[7] Sin embargo damos las citas, por si el lector quiere consultarlas. Son ellas 46: Isaías 1:2;  13:5;  44:23;  44:24;  45:8;  45:12;  45:18;  48:13;  49:13;  51:6;  51:13;  51:16;  55:9;  13:5;  13:13;  14:12;  37:16;  40:12;  42:5;  55:10;  65:17;  66:1;  66:22; Jeremías 4:23;  4:28;  10:12;  10:13;  23:24;  31:37;  32:17;  33:25;  51:9;  51:15;  51:16;  51:48; Daniel 6:28; Oseas 2:23; Joel 2:10; Amós 9:6 Habacuc 3:3; 1:10; 2:6;  2:21; Zacarías 8:12;  12:1. La primera es del poder del reino y la segunda del poder de la voluntad, pues pedir es querer algo y proponérselo.

[8] Cfr. Mateo 16:19; 18:19; Hechos 10:11.
[9] Las dos citas de Mateo están referidas al poder: Mateo 16:19: "A ti te daré las llaves del Reino de los ci­elos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que  desates en la tierra quedará desatado en los ci­elos." Mateo 18:19: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los ciel­os."
[10] San Agustín lo expresa bellamente al decir: "Luego, es verdad, Dios mío, que yo no existiría ni tendría ser alguno, si Vos no estuvieras en mí. ¿O será mejor decir que no existiría ni tendría ser, si yo mismo no estuviera en Vos, de quien, por quien y en quien tienen ser todas las cosas? [... ]. Pues si yo estoy en Vos, ¿para dónde os llamo? [... ]" Las Con­fesiones.  

[11] Tal vez se podría hablar del reino de las dos ciuda­des, la de Caín y la de Abel, como ciudades opuestas de las que habla San Agustín en La ciudad de Dios. Aunque yo añadiría, que a pesar de que parecieran opuestas y como que lucharan entre sí (tal vez aquí se pudiera hablar en dimensión paulina de la gracia y el pecado como pertenecientes a la misma realidad humana) no es más que una sutil separación como sutil es también la unión entre el corazón y la cabeza.
[12] Tal vez podría ser la misma idea de la patrística de que Dios se humaniza y el hombre se diviniza al mismo tiempo.


[13] 2 Pedro 3, 7; 3, 10; 3,13: “ y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos”.  El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. 13 Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la justicia. Apocalipsis 12, 12:  “Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! porque el Diablo ha bajado  donde vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo.”
[14] Cfr. Eclesiástico; 16:18 Isaías 24:4; Jeremías 7:33; 10: 11; 16:4; 19:7; 34:20; Lamentaciones 2: 1; Baruc 1: 11; 6:53; Ezequiel 8:3;  29:5; 32:4; 38:20; Daniel 4:8; 4:12; 4:17; 4: 19; 4:20; 4:32; 8: 10; l 14:5; Oseas 2:20; 4:3; Joel 3:3; 4:16; Jonás 1:9; Sofonías 1:3; Zacarías 5:9; 6:5.
[15] Las citas que continúan son las siguientes. pero que omitimos en el texto porque nos distraen: Mateo 24:30: Entonces aparecerá en el cielo la seftal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Mateo 24:35: El cielo y la tie­rra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mateo 28:18: Jesús se acer­có a eUos y les habló así: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Marcos 13:27: entonces enviará a los ángeles y reunirá de lo!: cuatro vientos a sus. elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el ex­tremo del cielo. Marcos 13:31: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Lucas 16:17: "Más fácil es que el cielo y la tierra pasen, que no que caiga un ápice de la Ley. Lucas 21:33: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
[16] Hechos 2:19: Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra. Hechos 4 :24: Al oírlo, todos a una elevaron su V07. a Dios y dijeron: "Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra., el mar y todo lo que hay en ellos. Hechos 7:49 : El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies. Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificaréis? O ¿cuál será el lugar de mi descanso? Hechos 10: 12: Dentro de él habia toda suertc de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Hechos 1 J:6 Lo miré atentamente y vi en él los cuadrúpedos de la tierra, las bestias, los reptiles, y las aves del cielo.
[17] Apocalipsis: 5:3; 5: 13; 6: 13; 9:1; 10:5; 10:6; 10:8; 11 :6; 11: 19; 12:4; 13: 13; 14:6; 14:7; 18: 1;20:9; 20: 11.